La presente investigación analiza el rol que cumplió el cine clandestino fomentado por diversos colectivos y realizadores/as nacionales en la construcción de una memoria sobre la violencia estatal, que alteró los límites y condicionamientos que buscó imponer la dictadura militar a través de una política de desmantelamiento cultural, entre 1973 y 1989. A través del levantamiento de redes y la incursión en las vías alternativas de la clandestinidad, los cineastas impulsaron la difusión de películas “prohibidas” de denuncia configuradas como relatos que representaron la violencia, el trauma y los desgarramientos afectivos que provocó la dictadura en millones de personas. Desde una praxis que trenzó las experiencias de cineastas del exilio y el interior del país, los cineastas en la clandestinidad buscaron que sus discursos cinematográficos traspasaran los límites fronterizos para dar visibilidad a la violencia perpetrada por el Estado, instalándose como un actor político y social relevante en los procesos de deslegitimación de un régimen que se institucionalizaba a través de una política de “silenciamiento y olvido” de los crímenes contra los derechos humanos.