Los museos de memoria en Chile y en Argentina surgieron con el fin de visibilizar, conmemorar, transmitir e interpretar la violencia política ejercida en el pasado por las dictaduras y los terrorismos de Estado. En ellos, los distintos agentes involucrados (civiles y gubernamentales) se propusieron reconstruir las memorias históricas y colectivas, con el objetivo de fortalecer la identidad local y respaldar un porvenir más justo y democrático. Según mi opinión, uno de los recursos museológicos más importantes que tienen estos museos para exteriorizar sus principios y para conformar un discurso “oficial” frente a las temáticas que trabajan, en este caso, los pasados dictatoriales y las violaciones a los derechos humanos cometidas por el Estado, son las exposiciones permanentes y las exposiciones temporales8. En éstas son desarrolladas curadurías que utilizan diversas estrategias de representación que combinan recursos testimoniales, objetos, documentos de archivo y obras de arte que buscan generar relatos que movilicen y estimulen la reflexión y el desciframiento de elementos históricos y sociales en los visitantes. ¿Consiguen los museos alcanzar sus objetivos? ¿Son las curadurías y museografías que se despliegan los medios idóneos para fortalecer una identidad común, para interiorizar la democracia, la justicia y el respeto? ¿Logran producir en los visitantes reflexiones críticas que les permitan comprender el porqué de su presente?